palabras vacías,
corazones muertos y ojos tristes,
vislumbró a lo lejos
una sonrisa que,
centelleando, le cegaba.
Siguió la luz, obnubilado,
buscando de nuevo
el paraíso que,
sin darse cuenta,
le había sido arrebatado,
dejando atrás
el conocido sueño
que tantas noches deseó y que
ahora le quemaba de tanto
haberlo desgastado.
Al llegar, exhausto,
sin nada más entre
sus manos que un puñado
de esperanza,
observó el horizonte
que ante él se desplegaba
y, cayendo de rodillas,
desolado, contempló
un desierto interminable
de fría nieve y pétreo hielo
que, como un gigante,
se alzaba inmaculado.
Entonces recordó,
sabiéndose cruelmente
traicionado por el espejismo
de la codicia,
las palabras vacías,
los corazones muertos
y los ojos tristes que,
por un instante,
casi efímero, se permitió
a sí mismo añorar
por última vez.
Y poniéndose de nuevo
en pie, secándose
los restos de su pena,
siguió vagando resignado,
atravesando desiertos
y cruzando yermos páramos.
Cuenta la leyenda que,
aún hoy,
sigue caminando sin descanso,
buscando en su continuo
viaje a ningún lado,
una sonrisa de verdad.
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